Mapa de los sonidos de Tokyo
Cinta número 5
Koenji
Koenji
La conocí en la barra de un pequeño, humeante y populoso bar de ramen, sorbiendo sonoramente un enorme bol de sopa. Estaba a su lado, comiendo unos gyoza a la plancha.Soy bastantes años mayor que ella, llevo gafas, una camisa gris. Todavía no había visto bien su rostro, pero ya la deseaba.
Le dije:
–Me gusta la manera en que sorbes la sopa.
Ryu no contestó ni me miró y siguió sorbiéndola.
–En serio, es muy especial... Es exactamente el mismo sonido que hacía mi madre. Te lo aseguro, no bromeo.
Ryu siguió sin darse por aludida.
–¿Me dejarías que grabara el sonido que haces? Sólo el sonido...
Entonces Ryu dejó de sorber y me miró como quien mira a un pervertido: con curiosidad teñida de asco.
–Es lo que hago. Así me gano la vida.
–¿En serio te ganas la vida así? ¿Con un micrófono?
–Sí, grabo sonidos para un estudio de sonido, para radio,tele, vídeos, alguna película a veces.
Tras una pausa en la que Ryu pareció estar sopesando si el individuo que comía a su lado era un loco o un imbécil, prosiguió:
–¿Y también grabas el sonido de la gente sorbiéndose los mocos?, ¿escupiendo?, ¿follando?
–Sí..., aunque de hecho ya no grabo a la gente sorbiéndose los mocos, de esos sonidos tengo una gran colección... Y de escupitajos también estoy... cubierto, no hay mucha demanda del sonido de gente escupiendo. En cuanto a la gente follando...
Ryu sonrió ligeramente.
Cuando sonreía su cara adquiría una dulzura insospechada.
La clase de sonrisa dulce que una chica guarda para aquellos hombres con los que jamás piensa en acostarse. Sí,cuatro minutos después de hablarle por primera vez ya supe que íbamos a ser amigos, tan sólo amigos. Pero entonces no sabía que yo iba a ser el único amigo de Ryu.
A partir de ese momento nos vimos a menudo en pequeños locales de alrededor del mercado donde trabajaba. Nuestras conversaciones eran círculos concéntricos donde ninguno de los dos hablaba de cosas realmente importantes. La mayor parte de las veces sólo nos hacíamos compañía mientras comíamos.
A veces me dejaba grabar los sonidos que hacía, o nuestras largas conversaciones sobre nada. No siempre.
–¿Tienes algo que hacer el domingo? ¿Y si vamos el domingo al Museo del Ramen?
–¿El domingo?
–Sí, el domingo.
–Mmmm.
–O el jueves, el día que libras.
–Ya veremos. ¿Por qué estás haciendo siempre planes?
–¿Y por qué tú no haces planes nunca?
–Qué sabrás tú de los planes que hago...
–Nunca me cuentas ninguno.
–¿Por qué tendría que contártelos?
Escuchaba una y otra vez estas conversaciones, buscando una clave que me permitiera llegar a ella. Nunca supe si era hija única o tenía hermanos, si sus padres vivían o habían muerto. Si había sacado buenas notas en el colegio. Si creía en Dios o algo así. Si cuando veía una viejecita por la calle pensaba de repente qué aspecto tendría ella misma al cabo de los años. Si había sufrido. Si se había enamorado alguna vez.
Saber quién era Ryu se convirtió en una obsesión para mí.
Le dije:
–Me gusta la manera en que sorbes la sopa.
Ryu no contestó ni me miró y siguió sorbiéndola.
–En serio, es muy especial... Es exactamente el mismo sonido que hacía mi madre. Te lo aseguro, no bromeo.
Ryu siguió sin darse por aludida.
–¿Me dejarías que grabara el sonido que haces? Sólo el sonido...
Entonces Ryu dejó de sorber y me miró como quien mira a un pervertido: con curiosidad teñida de asco.
–Es lo que hago. Así me gano la vida.
–¿En serio te ganas la vida así? ¿Con un micrófono?
–Sí, grabo sonidos para un estudio de sonido, para radio,tele, vídeos, alguna película a veces.
Tras una pausa en la que Ryu pareció estar sopesando si el individuo que comía a su lado era un loco o un imbécil, prosiguió:
–¿Y también grabas el sonido de la gente sorbiéndose los mocos?, ¿escupiendo?, ¿follando?
–Sí..., aunque de hecho ya no grabo a la gente sorbiéndose los mocos, de esos sonidos tengo una gran colección... Y de escupitajos también estoy... cubierto, no hay mucha demanda del sonido de gente escupiendo. En cuanto a la gente follando...
Ryu sonrió ligeramente.
Cuando sonreía su cara adquiría una dulzura insospechada.
La clase de sonrisa dulce que una chica guarda para aquellos hombres con los que jamás piensa en acostarse. Sí,cuatro minutos después de hablarle por primera vez ya supe que íbamos a ser amigos, tan sólo amigos. Pero entonces no sabía que yo iba a ser el único amigo de Ryu.
A partir de ese momento nos vimos a menudo en pequeños locales de alrededor del mercado donde trabajaba. Nuestras conversaciones eran círculos concéntricos donde ninguno de los dos hablaba de cosas realmente importantes. La mayor parte de las veces sólo nos hacíamos compañía mientras comíamos.
A veces me dejaba grabar los sonidos que hacía, o nuestras largas conversaciones sobre nada. No siempre.
–¿Tienes algo que hacer el domingo? ¿Y si vamos el domingo al Museo del Ramen?
–¿El domingo?
–Sí, el domingo.
–Mmmm.
–O el jueves, el día que libras.
–Ya veremos. ¿Por qué estás haciendo siempre planes?
–¿Y por qué tú no haces planes nunca?
–Qué sabrás tú de los planes que hago...
–Nunca me cuentas ninguno.
–¿Por qué tendría que contártelos?
Escuchaba una y otra vez estas conversaciones, buscando una clave que me permitiera llegar a ella. Nunca supe si era hija única o tenía hermanos, si sus padres vivían o habían muerto. Si había sacado buenas notas en el colegio. Si creía en Dios o algo así. Si cuando veía una viejecita por la calle pensaba de repente qué aspecto tendría ella misma al cabo de los años. Si había sufrido. Si se había enamorado alguna vez.
Saber quién era Ryu se convirtió en una obsesión para mí.
Isabel Coixet en Mapa de los sonidos de Tokyo, Tusquets, 2009.
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