Puertas que se cierran, corazón que se abre
«El amor es de origen desconocido, pero siempre prevalece. Los vivos pueden morir de amor, y gracias al poder del amor reviven los muertos. El amor no es amor verdadero si quien lo siente no está dispuesto a morir por él, o si no puede devolver a la vida a quien ya ha muerto. ¿Es necesariamente irreal el amor que nace en el sueño? Porque en este mundo no faltan los amantes oníricos. El amor es algo sólo plenamente corpóreo para quienes deben satisfacerlo en la almohada, y para quienes sienten renovados sus afectos cuando se retiran de sus cargos.»Prefacio de El Pabellón de las Peonías, Tang Xianzu, 1598.
Después de la cena, Tía Quinta abandonaba las dependencias
de las mujeres, donde éstas se reunían todas las noches, para ayudarme a
mejorar la caligrafía.
—El arte de la escritura es una invención del mundo exterior
de los hombres —me decía—. Es una práctica de carácter público (algo que
nosotras, las mujeres, deberíamos evitar), pero tienes que aprenderla para que,
llegado el momento, puedas ayudar a tu hijo con sus estudios.
Llenábamos hojas y más hojas. Copiábamos poemas del Libro de los cantos, hacíamos ejercicios
extraídos de Las formaciones de batalla
del pincel y practicábamos las lecciones del Libro de los cuatro caracteres de la mujer hasta
que los dedos se nos manchaban de tinta.
Además de perfeccionar mis pinceladas, las sencillas
lecciones de Tía Quinta pretendían moldear mi carácter:
—Lo mejor que puedes hacer es tomar como maestros a los
antiguos. La poesía existe para darte serenidad, no para corromper tu mente,
tus pensamientos y emociones. Vístete correctamente, habla con gentileza pero
no digas nada comprometido, lávate con esmero y con frecuencia, y mantén la
armonía de tu mente. Así, tu virtud se reflejará en tu cara.
Yo la obedecía diligentemente, pero cada toque de mi pincel
era una caricia que le hacía a mi poeta; cada susurro, un roce de mis dedos
sobre su piel; cada carácter terminado, un regalo para el hombre que había
ocupado por completo mis pensamientos.
Shao no se separaba de mí ni de día ni de noche, salvo
cuando alguna de mis tías venía a mi habitación. Dormía en el suelo, a los pies
de mi cama. Estaba allí cuando yo despertaba, cuando utilizaba el orinal,
cuando practicaba las lecciones, cuando me acostaba. La oía roncar y tirarse
ventosidades, olía su aliento y los excrementos que dejaba en el orinal, la
veía rascarse el trasero y limpiarse los pies. Shao era implacable, y no paraba
de hablar hiciera lo que hiciera.
—Tu madre ha comprobado contigo que las mujeres se vuelven
rebeldes si se cultivan demasiado —afirmaba contradiciendo las enseñanzas de
mis tías—. Tu imaginación te lleva lejos de los aposentos interiores. Ahí fuera
acechan muchos peligros; tu madre necesita que lo entiendas. Olvida lo que has
aprendido. Las Enseñanzas de la madre Wen nos explican que una niña sólo
necesita conocer unos pocos caracteres escritos, como «leña», «arroz»,
«pescado» y «carne». Esas palabras te ayudarán a llevar una casa. Todo lo demás
es peligroso.
A medida que se me iban cerrando puertas, mi corazón iba
abriéndose más y más. A Liniang, una visita en sueños al Pabellón de las
Peonías le había producido mal de amor. A mí me lo habían producido mis visitas
a los pabellones de mi casa. De acuerdo, no podía controlar mis actos —mi forma
de vestir, ni mi vida futura con ese tal Wu Ren —, pero mis emociones seguían
siendo libres. He llegado a la conclusión de que, en parte, el mal de amor lo
produce ese conflicto entre el control y el deseo. Cuando amamos, no podemos
controlar nada. Nuestro corazón y nuestra mente están atormentados, incitados,
tentados y encandilados por la abrumadora fuerza de unas emociones que nos
hacen olvidar el mundo real. Pero ese mundo existe, y las mujeres hemos de
procurar hacer felices a nuestros esposos siendo buenas esposas, concibiendo hijos
varones, gobernando bien la casa y estando guapas para que ellos no se
distraigan de sus actividades cotidianas ni pierdan el tiempo con las
concubinas. Las mujeres no nacemos con esas habilidades, sino que deben
inculcárnoslas otras mujeres. Mediante las lecciones, los aforismos y las
habilidades adquiridas, se nos moldea... y se nos controla.
Lisa See en el Pabellón de las peonías, 2007.
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