Soliloquio de la solipsista



¿Yo?
Camino a solas;
la calle a medianoche
se prolonga bajo mis pies:
cuando cierro los ojos
todas estas casas de ensueño se extinguen:
por un capricho mío
la cebolla celestial de la luna cuelga en lo alto
de los hastiales.

¿Yo?
Hago que las casas se encojan
y que los árboles mengüen
alejándose; la traílla de mi mirada
hace bailar a las personas marionetas
que, ignorando que se consumen,
se ríen, se besan, se emborrachan, sin sospechar
igualmente que, cada vez que yo parpadeo,
mueren.

Yo,
cuando estoy de buen humor,
doy a la hierba sus colores
verde blasón y azul celeste, otorgo al sol
su dorado;
pero, en mis días más invernales, ostento
el poder absoluto
de boicotear los colores y prohibir que las flores
existan.

Yo
sé que tú apareces
vívida a mi lado,
negando que brotaste de mi cabeza,
clamando que sientes un amor
lo bastante ardiente como para experimentar la carne real,
aunque salta a la vista,
querida, que toda tu belleza y todo tu ingenio son dones
que yo te concedí.

Sylvia Plath en Poesía completa.

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