"Come Rain or Come Shine"


Cuando abrí el segundo armario, en busca de galletas o de una barra de chocolate, vi un pequeño cuaderno de notas encima de la mesa. Las tapas eran acolchadas y de color morado, detalle por el que destacaba entre las elegantes superficies minimalistas de la cocina. Mientras yo me tomaba el té, Emily, con las prisas de última hora, había vaciado y llenado su bolso de mano en la mesa. Evidentemente, había olvidado guardar el cuaderno. Pero nada más pensarlo se me ocurrió otra cosa: que aquel cuaderno morado era una especie de diario íntimo y que Emily lo había dejado allí a propósito, para que yo le echara un vistazo; que, por la razón que fuese, no se había atrevido a hablarme con más franqueza y había concebido aquel medio para explicarme su conflicto interior.
 
Me quedé un rato mirando el cuaderno. Luego estiré la mano, introduje el índice entre las páginas, por el centro, y lo levanté. Al ver la apretada caligrafía de Emily, aparté el dedo instintivamente y me alejé de la mesa, diciéndome que no tenía derecho a meter la nariz allí, fueran cuales fuesen las intenciones de Emily en un momento de irracionalidad.
 
Volví a la sala, me instalé en el sofá y leí más páginas de Mansfield Park. Pero no pude concentrarme. No dejaba de pensar en el cuaderno morado. ¿Y si no había sido un acto impulsivo? ¿Y si llevaba varios días planeándolo? ¿Y si había escrito algo expresamente para que yo lo leyera?
 
Diez minutos más tarde volví a la cocina y estuve mirando el cuaderno otro rato. Al final me senté en la misma silla que había ocupado para tomar el té, acerqué el cuaderno arrastrándolo con el dedo y lo abrí. De lo que me percaté inmediatamente es que si Emily confiaba sus pensamientos más íntimos a un diario, ese diario estaba en otra parte. Lo que tenía delante era, a lo sumo, una agenda con acotaciones; debajo de cada día había comentarios, algunos con una clara vena grandilocuente. Una anotación hecha con rotulador decía: «Si todavía no he llamado a Mathilda, ¿¿¿POR QUÉ DIABLOS NO HE LLAMADO??? ¡¡¡LLAMA!!! »
 
Otra informaba: «Terminar el mierda de Philip Roth. ¡Devolver a Marion!»
 
Pasé las páginas y de repente vi: «Raymond llega lunes. Ay, ay de mí.»
 
Un par de páginas después: «Ray mañana. ¿Cómo sobrevivir?»
 
Por último, aquella misma mañana, entre recordatorios relativos a faenas domésticas: «Comprar vino para recibir al Príncipe de los Quejicas.»
 
¿Príncipe de los Quejicas? Me costó un poco admitir que se estaba refiriendo a mí. Probé con todas las demás posibilidades —¿un cliente?, ¿un fontanero?—, pero al final, habida cuenta de la fecha y el contexto, hube de aceptar que no había ningún otro candidato tan prometedor. Pero, de súbito, la evidente injusticia del título otorgado me afectó con fuerza inesperada y, cuando me di cuenta, estrujaba la insultante página entre los dedos.
 
No fue un acto particularmente agresivo: ni siquiera arranqué la página. Simplemente cerré la mano con un solo movimiento y un instante después era otra vez dueño de mí, aunque, como es lógico, ya era demasiado tarde. Al abrir la mano, vi que también las dos páginas de debajo habían sido víctimas de mi cólera. Quise alisar el papel con la mano, para que recuperasen la forma original, pero volvían a arrugarse, como si su deseo más profundo fuera transformarse en basura.
 
De todos modos, estuve un largo rato haciendo movimientos de planchado sobre las páginas dañadas. Estaba a punto de admitir que mis esfuerzos eran inútiles —que nada de lo que hiciera podría ocultar debidamente lo que había hecho— cuando me di cuenta de que en algún lugar de la casa sonaba un teléfono.
Kazuo Ishiguro en Nocturnos, 2009.

Comentarios

Marta Kapustin ha dicho que…
Delicioso texto,
delicioso Ishiguro como siempre.
Gracias por traerlo a nosotros.

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