Proust, memoria involuntaria y magdalenas


"(...) En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té (...)"
(Marcel Proust, En busca del tiempo perdido: Por el camino de Swann)
El fragmento precedente es uno de los más conocido de la obra de Marcel Proust, allí una magdalena, con su sabor y su aroma es el objeto que desencadena en el narrador una vorágine de recuerdos infantiles con la que comienza el libro. Una simple magdalena se ha convertido en el símbolo proustiano del poder evocador de los sentidos (memoria involuntaria), y de la capacidad de llevarnos al pasado que pueden tener un sabor o un aroma.

La teoría proustiana habla de que el espacio, el tiempo y la memoria sólo se ponen en funcionamiento a través de los sentidos más primarios. En este tipo de experiencias, el individuo aparece como un sujeto pasivo donde los recuerdos involuntarios que afloran son auténticos, procurándonos un instante pleno de felicidad. Estos recuerdos están siempre desprovistos de la subjetividad de nuestras percepciones cotidianas, por ello son más reales y satisfactorios.

Receta para preparar las magdalenas de Proust

Ingredientes

Para 1 kg. aproximadamente
  •     4 huevos
  •     250 gr. de azúcar
  •     250 gr. de mantec
  •     250 gr. de harina
  •     1/2 limón

Preparación

Derretir la manteca y dejar que se enfríe.

Separar las yemas de las claras. Batir las yemas con el azúcar hasta que la mezcla blanquee y esté espesa. Añadir la manteca, el zumo de medio limón y la harina tamizada (se puede hacer con un colador).

Precalentar el horno a 190 grados.

Batir las claras a punto de nieve e incorporarlas con cuidado a la masa con una espátula o cuchara de madera. El secreto es hacer movimientos semicirculares envolventes, que acaben en uno recto que divida la masa por la mitad.

Echar una cucharadita colmada en cada molde de papel (si estos son entre pequeños y medianos; si son más grandes, dos). Cocer en el horno durante 20-25 minutos, sacándolas cuando empiecen a dorarse los moldes.

Guardadas en un frasco de vidrio o en una lata se conservan varios días.

Comentarios

ADÁN DE MARÍASS ha dicho que…
Se me hace agua la boca, me convidas una tajada de las magdalenas de Proust y una flor de tu sonrisa, vale?
Sabrina Avell ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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